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Abierto Valencia 2023. Exposición individual Toño Barreiro

(Sala Principal)

Septiembre 2023 

 

Signum es un proyecto que empezó a gestarse durante el primer año de pandemia, cuando nuestro día a día era el estado de alarma. Los signos de alarma, avisos, restricciones y peligros proliferaron, las noticias reflejaban el miedo colectivo, nuestra vulnerabilidad y la necesidad de estar constantemente alerta.
Esta situación ha amplificado poderosamente los enormes desaDos a los que nos enfrentamos como humanidad, en los que la incertidumbre prima sobre el conocimiento de la situación. El control sobre el ADN, material genético básico de todo ser vivo, o el desarrollo de la Inteligencia Artificial van a cuestionar profundamente el concepto de realidad y el papel del ser humano en un mundo distópico, donde podemos llegar a ser totalmente prescindibles.
En nombre de la libertad y la convivencia pacífica, nuestro mundo está totalmente regulado, indexado, guiado por innumerables signos que nos marcan los límites, nos mantienen alerta, nos avisan del peligro, nos impiden entrar o salir.
Con esta reflexión comienza una investigación de estos elementos dentro de la pintura, indagando en el potencial de impacto, atención y pregnancia que tiene el arte. Las obras del proyecto Signum se conciben desde esta perspectiva, reflexionando sobre ese potencial que tienen este tipo de elementos formales, su calado conceptual, su peculiar relación entre soporte y superficie.
De este estado regulado surgen las combinaciones de color de alto contraste, los elementos geométricos propios de la señalética, las tramas inspiradas en las vallas, las verjas o las balizas, la síntesis formal de la cadena de ADN o de la química orgánica domada en los laboratorios. En definitiva, se trata de hacer una lectura más compleja de un mundo donde la razón, la emoción y la expresión puedan encontrar un equilibrio dinámico y coherente.

Toño Barreiro

 

 

Texto de David Barro. Crítico de arte.

 

Cada obra de Toño Barreiro se asienta en una indagación acerca de su propia génesis. Máxime cuando como ahora se basa en el papel que el ADN y el desarrollo de la Inteligencia Artificial tienen a la hora de generar una fisura perceptiva respecto a la realidad. Entender la pintura a partir de auscultar sus posibilidades como material genético es, en cierto modo, emprender la titánica labor de revelar su manual de instrucciones, reflexionando sobre sus capacidades conceptuales y los diferentes elementos formales que la acompañan a lo largo de su historia. Si las letras del ADN se agrupan formando palabras que, a su vez, forman frases que pueden llegar a eso que llamamos “gen”, el ejercicio que Toño Barreiro emprende en torno a la pintura describe, al tiempo que codifica, una idea de lo que es la pintura y de donde viene, del mismo modo que los genes describen en gran medida lo que somos, desde nuestra altura a nuestro color de piel.

El título, la palabra latina signum, nos concede una de sus claves, porque remite a la idea de signo, al tiempo que implica una continuación, inscribiéndose en una suerte de tiempo continuo. Porque la de Toño Barreiro es una pintura que se construye a partir de disyuntivas formales que se formulan en la relación entre superficie y soporte, entre lo geométrico y lo biomórfico, o entre lo pictórico y lo escultórico, es decir, que su resultado metamórfico nos remite, antes de nada, a un proceso creativo en continua deconstrucción donde las referencias se solapan, se pliegan o se expanden. Es la pintura como estado de emergencia, como signo de advertencia, que más que nunca en su trabajo funciona como estridente llamada de atención a través del color, provocadora y capaz de mantener alerta al espectador.

La pintura de Toño Barreiro siempre ha funcionado como una suerte de tejido de ideas sobre la pintura. Algo así como la textualidad derridiana, abierta a nuevas determinaciones. Por eso siempre ha cuestionado los límites del medio pictórico, hasta el punto de hacer paradigmático de su trabajo la ruptura del marco tradicional con sus formatos irregulares. En alguna ocasión me referí a cómo trabaja doblemente la pintura, primero empoderando su soporte y después aplicando el color y sus tensiones. Lo advertía al escribir a propósito de su serie Flexia, donde también pliega la imagen para encaminarla hacia otra parte y especular con la construcción de nuestra mirada. En Signum, esas tensiones desequilibrantes que escapan de esos “signos” que dibujan los límites, se proyectan con chirriantes combinaciones de color que contrastan entre sí y se acompañan de tramas geométricas que conseguimos intuir en su inspiración figurativa pero que se nos alejan hasta lo indecible.

Como si tratase de introducir poesía en esa cadena de ADN capturada como expresión plástica, estas nuevas obras conjugan el control del laboratorio con lo impredecible y serendípico de la búsqueda de la pintura en el estudio del artista. Su actitud continúa empatizando con lo barroco si pensamos en que, como sugirió Deleuze, el Barroco es un mundo de capturas más que de clausuras, pero más que nunca, Toño Barreiro desborda el motivo para no solo generar debate y reflexión sobre la pintura y lo pictórico sino sobre la propia vida misma y la complejidad de aprehender su sentido en el siglo XXI.  Basta pensar que Signum es un proyecto que comenzó a gestarse en el primer año de pandemia, en ese momento en que la incertidumbre se impuso. Ese marco distópico no es muy distinto al que se ha expuesto la pintura ante tantas declaraciones de muerte y tampoco lo es a esta atractiva extrañeza propuesta por el artista.

Hoy, el papel de la memoria se muestra fundamental para preguntarse por qué seguir pintando y cómo seguir haciéndolo. Esa huella permite desentrañar el valor simbólico de la pintura. Porque como señalé a modo de conclusión en unas reflexiones anteriores que realicé sobre el artista, cuando nuestra percepción se fragmenta la pintura permanece en construcción. Es por tanto que en estas pinturas que se representan a sí mismas podemos adivinar los ecos de algunos momentos de la pintura que emergen para dar densidad al discurso de Barreiro. Pienso en los primeros meta-brochazos de la historia, cuando Lichtenstein va más allá de la asociación metonímica entre gesto, mano y autor; la espontaneidad asociada al gesto se subvierte en un proceso frío y calculado, hasta el punto de que los brochazos dejan de ser abstractos. O en cómo Jonathan Lasker parodia la gestualidad del expresionismo abstracto para construir un sistema visual encriptado y legar una pintura donde se condensan los acontecimientos. La pintura abstracta, lejos de lo que se pueda pensar, siempre remite a algo y los pintores contemporáneos obedecen a una cadena de ADN que torna la pintura metalingüística. Al fin y al cabo, como señala Derrida, heredar es, en cierto modo, hacer memoria subrayando la performatividad que esta lleva implícita. Toño Barreiro asume sus propias huellas y las de la historia de la pintura y de la vida para seguir deconstruyendo su sentido y ampliando sus posibilidades, en el pliegue de la visión.