«PIPELINE» de Nanda Botella
Nanda Botella
Pipeline (Sala Principal), Jul.2023 – Sept.2023
Un aire de felicidad.
La pintura de Nanda Botella tiene puntos de contacto con las peculiares modalidades de la abstracción desarrolladas por José Guerrero, Luis Feito o José Manuel Broto, siendo también manifiesta la influencia de Michavila o Yturralde. Como ya apunté cuando realizó su magnífica exposición en el Instituto Valenciano de Arte Moderno (2014), su estética es heredera de la tradición de la abstracción matérica, recuperando la dimensión monumental de Rothko y la intensidad gestual de Pollock. Nanda Botella sabe dar rienda suelta a lo espontáneo sin perder el control del cuadro, mezclando gesto, mancha y grafismos, con una extraordinaria pasión crómática.
En el año 2002 pintó unos intensos cuadros que aludían al vuelo, con una combinación de lo informe y también buscando una suerte de espíritu centrado. El imaginario que supera la gravedad se amplía prodigiosamente en la bella instalación Mis ángeles y sus libros que realizó en el Palau de la Música (2012) en la que dota la estética de los móviles de Calder de un contenido tanto místico cuanto vinculado a un anhelo de conseguir unir levedad y libertad.
Subrayé, en torno a la imponente instalación, titulada Vertebrados (2014) en el IVAM, que los múltiples huecos de las piezas de la instalación de Nanda Botella nos recuerdan que es el vacío el que permite la articulación del deseo, esto es, las sombras, los objetos parciales, imponen una mirada distorsionada, una aproximación, vale decir, un gesto tembloroso, emocionado, que intenta rimar con la intensidad (siempre en fuga) del sueño. Durante meses, esta creadora verdaderamente obsesiva trabajó en una fábrica de cerámica de Manises, fabricando cada una de las piezas, dejando las huellas de sus dedos, modulando cada elemento singular. Esos elementos agujereados terminaron cosidos y dispuestos en una estructura que generó una estancia prodigiosamente “poética” en la que se venía a edificar el anhelo de una vida bella.
Las obras recientes que ha realizado Nanda Botella reciben el título de Pipeline que, como ella misma aclara, es el nombre de una ola. Comenzó a realizar estas piezas tras regresar de un viaje familiar a Filipinas y una estancia en Bali; “no sé por qué a la vuelta –declara esta creadora- empecé a doblas papeles, a pintarlos”. Lejos de cualquier retórica conceptual, sin actitud “programática”, Nanda desarrolla un procedimiento extraordinariamente fecundo, plegando el material con un sentido de la geometría y la composición verdaderamente admirable.
Paradójicamente las superficies “monocromáticas” adquieren en estos plegamientos una cualidad “aurática”, en juegos de sombras y matices sorprendentes. Frente al minimalismo reductivo y ascético, Nanda Botella revela una sensibilidad en la que lo repetitivo produce hermosas diferencias, en una barroquización que no tiende hacia lo excesivo.
El imaginario acuático, en el sentido establecido por Bachelard, nos hace recordar tanto las olas oceánicas cuanto las ondas concéntricas del estanque en el que se refleja nuestra efímera existencia. Hay, valga la sinestesia, una musicalidad o una armonía perfecta, en estas formas plegadas y replegadas, pero también escuchamos un “latido” el ritmo de la existencia que busca la serenidad.
Nanda Botella evita, en un tiempo desquiciado, el terreno pantanoso de las obviedades, entregando obras enigmáticas, como sus magníficos collages de la serie Logro (2009-20) con escritos sobre telas cosidos y superpuestos, un raro palimpsesto en el que no hay un mensaje “cerrado”. La suya es siempre una obra abierta que nos invita a sentir más que a interpretar, para entregarnos al placer de la mirada. Como apuntara Deleuze, en su libro sobre Leibniz, el pliegue es inseparable del viento: “ventilado por el abanico, el pliegue ya no es el de la materia a través de la cual se ve, sino el del alma en la que se lee, “pliegues amarillos del pensamiento”, el Libro o la mónada de múltiples hojas”. Luz y sombra, elevación y hondura en un barroco diferencial en el que sus nuevas piezas de cerámica contenidas en vitrinas, suspendidas con hilos, nos hacen recordar la fragilidad de la existencia, así como la necesidad de vertebrar nuestras experiencias. Nanda Botella contempla una ola en Oriente y, como el aleteo de la mariposa de la “teoría de las catástrofes”, desencadena un plegamiento artístico fascinante, convoca un viento que nos libera de la pesadez del mundo, materializa, con sutileza, la esperanza de algo mejor en nuestras vidas y, sobre todo, refuerza la idea de que la belleza es una “promesa de felicidad”.
Fernando Castro Flórez.