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Carolina Ferrer

«La pintura sin domicilio. Habitar la paradoja»

Septiembre, 2024

LA PINTURA SIN DOMICILIO
Habitar la paradoja

Por primera vez en Shiras Galería, la artista Carolina Ferrer se dispone a habitar la sala principal con su nuevo proyecto, realizado específicamente para presentarlo en Abierto Valencia 2024.

Carolina Ferrer es una creadora de dilatada trayectoria cuya singularidad formal y temática, la diferencia y, al mismo tiempo, dificulta su adscripción a tendencias concretas. El mundo pictórico de C. Ferrer, de sugerente y enigmática concepción e impecable factura, es un lugar propio donde la autora ha encontrado siempre la manera de aunar sus preocupaciones estéticas con sus imperativos semánticos. Los espacios poéticos de Carolina Ferrer se mueven, sabiamente, en la equidistancia entre la intensidad plástica y la rotundidad semántica.
Son señas de identidad de la autora el tratamiento que hace del color –se sirve de rotundos colores fluorescentes y atmósferas casi monocromáticas para dotar de mayor expresividad y fuerza a sus imágenes– y de la luz –en su máximo contraste, con un claroscuro extremo, cuasi caravaggiesco– (hasta el presente). La autora muestra una tendencia hacia el gran formato, a las series de cuadros que dialogan como piezas de un único relato; prescinde de lo accesorio, crea atmósferas con aire de irrealidad que producen un tono de misterio en las imágenes y realiza una representación emocional del espacio. Reaparece en Carolina Ferrer el conflicto entre su voluntad de ordenar un lenguaje formal firme y controlado para su pintura, capaz de representar un mundo sin atributos, de ideas, y la necesidad de transmitir el pulso del sentimiento. En la pintura de Carolina Ferrer hay ecos tanto de la fotografía como del cine y el teatro, pero también de la literatura y la filosofía. La autora trenza estas disciplinas para ir destilando su imaginario con su particular voz y su singular técnica a base de resinas sintéticas que conceden a sus obras un brillo especular.
Diversas líneas de reflexión recorren la trayectoria de C. Ferrer: el viaje, la mirada, lo cotidiano, lo autobiográfico, la memoria, los recuerdos, la poética del vacío…

Su obra, ajena a las urgencias de nuestro tiempo, reivindica espacios de reflexión, tiempos de silencio, un ritmo lento, la quietud, el recogimiento, la contemplación, el sosiego…, frente a la actitud contemporánea de espectadores que observan el mundo como un permanente y continuo zapping, a toda velocidad, sin apenas tiempo para el pensamiento. En sus propuestas contrapone los espacios vacíos, los objetos de quietud hipnótica o las figuras silentes representadas en sus cuadros, frente al bullicio del mundo y a la sociedad sobreexcitada en la que vivimos.
Tal como nos indica la propia artista: “La pintura sin domicilio. Habitar la paradoja es un lugar dicotómico, ambivalente, paradójico. Es un no-lugar en tanto que lugar de tránsito todavía, pero es también un lugar en construcción. Podría precisar: un lugar en construcción que todavía muestra las huellas del derribo, que contiene los vestigios de la demolición.

Es un lugar inconcreto, fuera de nuestro hogar, un lugar incierto, ¿la intemperie?, pero es también un lugar abierto, liberador. Sin domicilio es el lugar de la extrañeza, pero puede ser también un espacio lleno de promesas o el paisaje de la posibilidad. La pintura sin domicilio… es, en definitiva, la línea que separa la palabra perdida de la palabra prometida de la que hablaba Derrida. Escenografías interiores en un paisaje urbano. Silencio y palabra. Construcción y demolición. Estas son las tres paradojas que recorren mi exposición. La pintura sin domicilio, es en realidad, la crónica de una mudanza. Y se inserta dentro de la poética del vacío que caracteriza y define mi obra. El vacío como el lugar donde la realidad se expande. Ese lugar que, al ser infinito, siempre está ampliando la realidad del ser.

Arquitecturas como escenario, un escenario básico: tres paredes, o una esquina –en el pasado reciente– y un suelo. En el presente, una única pared, un muro, frontal. Mi pretensión es recluir el mundo en el perímetro de ese escenario. Escenario como proscenio, pero también como atmósfera, casi como paisaje ideal, mental. O como dijera J. Mayorga, escenario como una ocasión poética”.

Así define la crítica Isabel Tejeda el trabajo de la artista, en su texto dedicado a la muestra: Una pintura cuyo reflejo introduce al espectador o espectadora en la escena gracias a la capa final de materia de resina epoxi que cubre virtuosamente la imagen –son casi un espejo–, sin embargo, los escenarios presentan una innovadora ambigüedad. Nos dejan en la duda de si lo que se nos muestra es un interior o un exterior; en todo caso son espacios de tránsito que miran al vacío, remiten al silencio o a la palabra no dicha o solamente enunciada y de inmediato
enmudecida; son escenarios que nunca parecen llegar a estar a la intemperie y que cuentan con la paradójica presencia de un sujeto omitido en forma de silla, de camisa, de chaqueta…, objetos que de forma marcadamente escenográfica mantienen el significado de cada pintura en suspensión, generando más preguntas que respuestas.