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D’ombres i llums

Rafael Armengol

Enero 2020 – Marzo 2020

Rafael Armengol, la pasión (intacta) por la pintura

 

            Hace casi ochenta años, Rafael Armengol nació en Benimodo, un pequeño municipio de la Ribera Alta, donde sus padres regentaban un comercio. Aquel niño enseguida destacó por su destreza en el dibujo, deleitando a maestros y amigos con sus creaciones en la pizarra de la escuela. A veces un don así es una condena, porque te fuerza a salirte de la senda habitual y te obliga a alcanzar retos casi quiméricos e inabordables. José Ortega y Gasset advertía de que el hombre-masa es aquel que se reconoce «como todo el mundo» y, sin embargo, eso no le provoca angustia. En realidad, la mayoría de la gente vive feliz en esa masa, en su doméstica cotidianidad, sin tener que pensar demasiado, ni tomar grandes decisiones. En cambio, todo creador está sometido a ese peso existencial de superarse y de ser distinto: el pintor desea que su última exposición sea más aclamada que la anterior, el escritor que su último libro supere en ventas y críticas al precedente. Un artista se aleja por definición de la masa y se angustia si es «como todo el mundo».

            El artista vive con esa ansiedad y con esa incertidumbre: la necesidad de superarse, de decir algo nuevo, de rebuscar en las profundidades de uno mismo algo aún no dicho, una idea nueva, una forma inesperada, un tour de force que sea aclamado por sus seguidores y en especial por los críticos. Pero, tras más de sesenta años esforzándose, como sucede en el caso de Rafael Armengol, ¿qué más se puede decir? ¿Qué más puede la mirada del artista descubrir a sus seguidores? ¿Cómo puede sorprenderlos y deleitarlos? ¿Cómo reinventarse de nuevo?

            Y, sin embargo, es posible. Y esta nueva exposición es un buen ejemplo. Tengo que reconocer que cuando vi el primer cuadro de la serie D’ombres i llums me quedé algo desconcertado: allí estaban Mao Zedong y Nerón, cara a cara, con el complemento armengoliano de las coles, a modo de friso. Hacía unos pocos meses que Rafael Armengol acababa de exponer una serie sobre Tiépolo en la Universitat de València, que había tenido la fortuna de comisariar y prologar: una de sus reconocidas revisitaciones a los clásicos, llena de matices. Ghirlandaio, Piero della Francesca, Giorgione, Mantegna, habían pasado previamente por su mirada y por sus juegos cromáticos, hasta hacer de ellos un clásico de si mismo.

             Por tanto, aquel cuadro era un contrapunto a todo lo anterior, una fuga creativa, un deseo de abrir una nueva vía de expresión. Pero ¿qué deseaba contar? En realidad, el artista se guía por impulsos y Armengol con aquel primer cuadro realizaba sus habituales tanteos. Mao y Nerón como epítomes de hombres inmensos y, al mismo tiempo, catastróficos para su tiempo, de los que dependieron tantos destinos humanos. En aquella pintura había admiración, pero también una crítica aguda a aquel mesianismo, a aquel desbordado deseo de poder. En 1939, Thomas Mann publicó un texto titulado Hermano Hitler, donde describía al dictador alemán como un artista frustrado, cuya decepción artística la había dirigido hacia el resto de la humanidad con un afán de destrucción inaudito. Si Hitler hubiera triunfado como artista ¡cuántas muertes, cuánto sufrimiento, se habría ahorrado el mundo!

            A estas figuras de Mao y Nerón, Armengol opone la de Lou Andreas-Salomé, la gran escritora ruso-germana, de espíritu libre y rebelde. En cuatro grandes lienzos, Armengol juega con la iconografía de esta escritora, amiga de Nietzsche y verdadero icono de su tiempo. Acompaña los cuadros con reproducciones de los frisos griegos del Partenón, en un contrapunto que remite a las obras eternas, a la durabilidad de lo puro y hermoso. Un recurso que también utiliza en sus siguientes cuadros sobre Hipatia de Alejandría, la gran matemática perseguida por el dogmatismo religioso y que Armengol presenta como ejemplo de sabiduría y humanidad. La mirada intensa de la matemática, con aquellos ojos de icono bizantino, deslumbran por su profundidad y también por su dramatismo, como quien ha descubierto la esencia de las leyes que rigen el mundo.

            De este modo, el pintor de Benimodo consigue ir trazando un discurso expositivo, nuevo en su obra y de una absoluta originalidad. Quizá enlaza con su producción de los años setenta, con aquellos cuadros magistrales dedicados a la matanza del cerdo, trufados de referencias y denuncias políticas. En aquellos cuadros de reuniones de hombres de negocios presididos por un chorizo, Armengol ya denunciaba una realidad que ha sido la tónica imperante de la política española de las últimas décadas: esto es, el de un sistema político carcomido por la corrupción y por el tráfico de influencias, herencia directa del franquismo.

            Sin duda, se trata de unos primeros pasos iniciáticos, de unos tanteos que darán en los próximos años una serie más compleja y poliédrica, más asentada y mordaz. Pero resulta espectacular la capacidad de renovación que implican estos cuadros. La Galería Shiraz puede sentirse muy feliz y orgullosa de mostrar por primera vez estas obras. Y Rafael Armengol de haber desarrollado, a sus casi ochenta años, una nueva serie, ilusionante y poderosa, donde combina magistralmente todo su mundo: el magnífico dominio del dibujo y del color.

            El año 1996, el ensayista George Steiner escribió un conjunto de ensayos sobre su entusiasmo por la lectura, que tituló Pasión intacta (No passion spent). A su avanzada edad, Steiner seguía leyendo y releyendo con la misma pasión, con el mismo arrebato e ilusión que en su añorada juventud. Algo muy parecido se podría decir de Rafael Armengol, sobre su pasión intacta por la pintura. Un deseo cada día renovado. Una obra cada día más profunda y perfecta.

 

Martí Domínguez

Universitat de València