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Cristina Gamón

Espejismos

Septiembre 2021

Estancias de la consciencia. 
Alfonso de la Torre

Que despejemos un espacio para nosotros, una quietud (…)
Mark Strand1

¿Y estas pinturas, así sometidas al vértigo de la mirada? Ni pasado ni futuro, pinturas y assemblages como lugares de acontecimientos, los “Espejismos” de Cristina Gamón (Valencia, 1987) se constituyen como obras devueltas al mundo con aire inmemorial, tal desplazadas estas pinturas de un pasado o un futuro, pues es sabido: ni el pasado ni el futuro son el lugar de aparición de las imágenes, de tal forma que estas creaciones abstractas y poéticas conservan un aire de ser solidificaciones de instantes perpetuos mas donde reverberan y brotan los significados como un presente continuo, pintura de una summa de acontecimientos en el tiempo y el espacio. En ellas todo vuelve, pero transformado al modo de la epifanía de otro lugar, pinturas complejas (pintadas sobre metacrilato, mas también horadadas, abiertas mostrando su envés o la estructura lígnea, de formatos cuadrangulares o curvos revelando silenciosas simetrías y diálogos, pinturas hechas complejas en su encuentro con otras, a veces a modo de un sistema de relaciones entre formas diversas, como sucede en la hermosa conjunción “La distancia que nos separa”, otrosí pinturas-puzles que se constituyen por ausencias desplazadas hacia otras pinturas). Pinturas o assemblages como obras con ambición líquida, ingrávidas constelaciones de colores y fuerzas desarrolladas en un interregno entre la contracción y la expansión, portadoras de imágenes concebidas a veces con aire agitado tal una dilatación del tiempo, como ensanchamientos del instante, éxtasis temporales. Viendo en el estudio de la artista el conjunto de obras ahora expuesto en la galería Shiras, estos “Espejismos”, pensé en aquello de Kafka, ¿será un espejismo el sueño?: “un sueño muy ramificado, que contiene al mismo tiempo mil correlaciones que se vuelven claras de golpe”2.
Ha creado Cristina Gamón, este 2021, un conjunto de obras afrontando la representación de instantes de lucidez, al modo de ejercicios de introspección lo llamará ella3, arabescos de imágenes donde explora a la búsqueda del sentido, en aquel ejercicio inagotado del pensar en sí. Como aquel retrato del Parmigianino por el que se preguntaba y autorretrataba el poeta John Ashbery, en su espejo convexo Gamón reflexiona también sobre la constitución de dichas imágenes, estas y las que han poblado el mundo, por ello no es extraño que Gamón proponga contemplemos estas nuevas imágenes donde lo manifestado queda adherido a lo inmanifestado, lo existente con el no-ser, lo visible encontrado con la sutura de lo invisible.
Todo lo finito se revela desde el vacío, así debe entenderse en Gamón la convivencia de soportes pictóricos con la presencia de espacios abiertos en la

superficie, islotes ausentes en el seno de la visión, tal agujeros que revelan el bastidor de la pintura, su artificio, admitiendo, por tanto, y consagrando las fugas, mas también propone la artista con estas pinturas suceda un viaje hacia un misterioso e ignoto otro lado del mundo que contemplamos, revelando el muro, rescatados los fragmentos como su reflejo o eco, adquiriendo entonces otra entidad propia, como aquella piedra de la orilla reflejada en el río. O bien realizar assemblages de elementos transparentes o planos móviles, abatibles, evocadores de la ventana magrittiana o de aquella puerta imposible de Duchamp4; como ejemplo los “Ejercicios simétricos I y II” o “Mirage”, también conducentes a rememorar la opera aperta de los setenta donde el contemplador podría manipular las pinturas, desplegar o cerrar las piezas de metacrilato batientes, a modo de alas, assemblages evocadores de los despliegues transparentes de Gabo o Pevsner, también del Rueda de las pinturas de bastidores o del Cruz Novillo paulista.
De tal forma, se infiere tiene algo Gamón de heredera sacrificial de las preguntas de los artistas que buscaron el otro lado, la dimensión perdida5 existente más allá de la superficie de lo pintado, ya se sabe, entre otros, Fontana o Millares y, como estos, su investigación ha tentado en muchas ocasiones aquellos hoyos infinitos de misterio. Laguna en el interior de sí misma, en esa profundización, Gamón erige la desposesión y la fisura, no la plenitud incierta del plano pictórico sino, más bien, el agujero y la hondura, el desgarramiento de una carencia, como el espacio de una pérdida. Que lo desconocido renueve lo ya conocido proclaman las obras de Gamón expuestas, así sucede en los hermosos óvalos abiertos con aire gemelar: “La distancia que nos separa I y II” o en “Eco”. Pues es abismo el conocimiento, parece explicarnos Gamón en esta temblorosa exposición, queda seducida por el ejercicio del misterio en tanto se aplica denodada a la tarea de la construcción de imágenes, mas estas son sucesivamente reemplazadas por la nueva emergencia de otras, es una tarea jamás agotada su creación: imágenes-construyen-imágenes-construyen, parece sentenciar la artista6. Devolviendo estas imágenes al mundo como si se tratase de un sistema de relaciones, tal “emblemas”, un deslizamiento de una sucesión de imágenes pensantes, con significación, aquellas denkbilder de Walter Benjamin, imprescindibles en su ser.
En ese sentido, la pintura de Gamón es, también, la revelación de una conciencia, pintura anhelante de una creadora donde es capital el aspecto trascendente de sus pinturas, pues esos “espejos” parecen mencionar la búsqueda de una trascendencia de quien las pintó, como simbolizando una llamada a devenir otra, su desplazamiento a un reino de gracia. Títulos declarativos que esquivan las explicaciones, tentemos pistas ahora con su lectura: “Umbrales” y ciertos de sus subtítulos: “Mise en abyme”; “Eco”; “Psique, la pintura, el espejo del mundo” o “La distancia que nos separa”. Especulaciones, que llegan desde el speculum, es sabido, pues, como un oro del verbo, tal una hermética y oscura interioridad, parece suscribir Gamón que revelar es un trabajo silencioso y denodado, mas conserva su quehacer algo del impulso que las erigió, como el ejercicio de una silenciosa velocidad vibratoria. Belleza augural provista de lucidez, leo sus explicaciones o menciones y pienso

que arden sus imágenes en tal desazón buscadora de sentido, entrecruzadas las voces en los pliegues del tiempo, la de Thomas S. Eliot presentando la hermosa instalación “Blanca sombra” (2018), ineludible tal resonante monólogo meditativo, mas también la historia de las formas de la pintura: Burne-Jones, Delvaux o Magritte, entre otros menciona Gamón. También pensé en aquel nocturno de Whistler con cohetes cayendo7, o en los mares agitados de Turner.
Jardines de luz aparte del mundo. Somos exilados perpetuos, entre el país de lo visible y lo secreto, quizás por eso nuestra pintora crea los términos del territorio de su exclusión evocando el espejo, y sus resonancias románticas, aquel Narciso devolviendo la mirada, al cabo el cristal y su azogue simbolizan la historia de la visibilidad, así lo entiende la artista. Sentido esencial del espejo, dirá Cirlot, y su diversidad de conexiones significativas, lo que explicará sea símbolo de la imaginación o de la conciencia, elemento capaz de “reproducir los reflejos del mundo visible en su realidad formal (…) reflejo del universo”8.
Tal una imagen condensada, imago e idea quedan salvadas en las obras de Cristina Gamón, imágenes intermitentes pareciere sacudidas por golpes subterráneos, haciendo zozobrar la imagen esperada tal si una imagen se desplazase sobre sí misma, como imágenes puestas en permanente estado de shock9. De tal forma que, mientras contemplaba los mandalas y óvalos pintados por Gamón en el fértil exilio de su estudio pensé podría evocarse un círculo cósmico cerrado y que esas pinturas, estos “Espejismos”, han de comprenderse como la revelación de unas multiplicadas estancias de la consciencia.